Sabido es aquello de que
la victoria tiene muchos padres, y la derrota es totalmente huérfana. Me parece
injusto, pues afirmando la multipaternidad de la victoria, entregamos a su
eventual madre al puterío, mientras que la mamá de la derrota parece una señora
honorable.
Yo diría que es más bien
al revés; lo que suele venir preñado de actitudes inconfesables y viciosas es
la derrota, que generalmente nace de comportamientos propios de quienes han
prostituido sus deberes y el honrado ejercicio de su cometido profesional o de
servicio a los demás.
Me estoy refiriendo a
Iberia, en este caso, y a su desmantelamiento concienzudo. Me estoy refiriendo
también, claro está, a la ruina de una inversión como la ampliación de Madrid-
Barajas, que costó un turrón a los españoles y hoy empieza a ser un erial cuyos
escasos réditos hablan inglés.
La historia de la
depredación de Iberia es la de una operación muy típica de estos tiempos del
“todo vale” en la que unos directivos (españoles) avalan el expolio a cambio de
ser excelentemente remunerados; otros, gobernantes, miran para otro lado y
tratan de que la mugre no les salpique; y otros más, ciudadanos con la obligación
moral de contar la verdad, prefieren las componendas con el poder financiero y
político a cambio de no perder ni un céntimo en publicidad ni un ápice en su
cercanía a los círculos de influencia.
Y en medio de esta
derrota, un sumidero de indignidad por el que se desaguan 4.000 puestos de
trabajo directos, la tira de indirectos, el lucro cesante de un aeropuerto y
una aerolínea llamados a ser referencia y fuente de riqueza para los españoles
y, cómo no, el prestigio de una nación de sainete a la que robarle el
patrimonio labrado es tan fácil como quitarle un caramelo a un niño.
Pero la madre de esta
derrota no es honorable, es bastante furcia. Comienza por unos directivos que
promueven la fusión de una compañía ruinosa, British Airways, con otra, Iberia,
que llevaba entonces 14 años seguidos de beneficios y tenía más de 3.000 millones
de euros en su caja, cerca de 100 aviones y 700 vuelos diarios, para, a la
vuelta de tres escasos años dibujar un panorama en el que la británica parece
un cohete, a Iberia no le queda un chavo en la caja, cuenta con 65 aviones y
realiza unos 100 vuelos diarios.
Estos caballeros saben
que la fusión y los planes que proyectaba sobre la empresa que dirigen, era muy
mala, nefasta para Iberia; pero tragaron a cambio de una millonada a ingresar
en sus cuentas corrientes. Sin ir más lejos, el Consejero Delegado de Iberia
que avala la fusión y desarrolla sus planes, Rafael Sánchez Lozano, se acaba de
marchar de la compañía con la risa floja por llevarse cerca de 5 millones de
euros tras hundir una aerolínea que llevaba casi tres lustros dando dinero.
Aquí no sólo se aprecia la culpa de quien hace, sino también de quien tolera,
porque mientras estas actitudes puedan llevarse a cabo sin que nadie inicie un
procedimiento, siquiera de investigación, estos sujetos, que venderían a su
madre aunque fuera para calentar una esquina, seguirán obrando como les pete y
haciéndose ricos. Asesorados, no lo
olvidemos, por despachos de abogados de corte bastante siciliano y con alguna
causa penal pendiente, a cuyos responsables, curiosamente, tampoco les pasa
nada.
Hasta que el modelo
“Lehman Brothers” no sea desterrado de nuestras prácticas empresariales, es
literalmente imposible que España cuente con un sector productivo importante.
Aquí sólo funciona la trepada de unos listillos, mediocres en su gran mayoría,
a las cúpulas de las empresas para tener como principal función adornar, con
palabras muy de moda, la rúbrica a ruinas corporativas y personales a cambio de
una buena remuneración.
Y por supuesto funciona
de maravilla su maridaje con el poder público, pues de otra manera no se
entendería que Rodrigo Rato, un ciudadano imputado y última cabeza visible de
un agujero que ha costado al erario público 24.000 millones de euros, sea
elevado a la condición de asesor del primer banco privado del país. España y yo
somos así, señora.
Porque, cambiando de
tercio, el poder público tuvo y tiene muchos hilos para haber dado en este
asunto las puntadas que hubiera querido, pero simplemente no le dio la gana. Punto.
Los ministros del gobierno español han podido hacer mucho más por Iberia. Mucho
más por defender una empresa española creadora de riqueza y empleo,
protagonista de una conectividad de oro para España, saneada y rentable… de
unos equívocos caballeros que siempre tuvieron muy buenas maneras con la taza
de té en la mano, pero nunca dejaron de contar logros que no fueran cometidos
mediante métodos de corsario.
Más, mucho más, han
podido hacer los gobernantes españoles por oponerse al latrocinio de un
manantial de riqueza como es el aeropuerto de Madrid, alumbrado con el dinero
de los impuestos de todos…pero no han querido.
Lo sabían todo, desde el
principio, sabían cuál era el destino previsto para Iberia y la T4, tenían
absolutamente toda la información, y más…pero, reitero, no han querido. Han
preferido ejercer de lobbistas acomplejados y tener la misma pinta de los que
hoy cuentan con cargos en Iberia. Seguramente en la esperanza de que el día que
les llegue la jubilación como dudosos servidores públicos, corra el escalafón y
así llegar a un sitio parecido, para poder también irse a su casa con una
millonada como brillante excremento de una gestión que justificarán con los tópicos
al uso. Porque éstos, a lo que aspiran es a ser como Rodrigo Rato, a copiar su
destino. Y para mantener su tenderete es para lo que nos colocan un control de
velocidad en cada esquina, se inventan impuestos nuevos, o nos suben los
existentes.
El tema de Iberia ha
estado en los consejos de ministros, y la oposición a su arreglo ha tenido
nombres y apellidos, entre los que destaca un tal Arias Cañete, ése que tiene
pinta de Papá Noel para películas de terror y es, al parecer, buen amigo de sus
amigos. Íntimo de Antonio Vázquez, dicen, presidente de Iberia, y cada viernes gran
avalista de su gestión del expolio
Y ahora, ahora sí, es
cuando alguno de estos consentidores a plazo fijo levanta sus torpes e inútiles
manos y se las echa a la cabeza por la situación de Iberia y el aeropuerto de
Madrid.
A buenas horas, Soria; a buenas horas, Pastor…no cuela.
Lo sabían Vds. todo,
estaban al tanto de todo, y sus aspavientos a destiempo sólo traen un motivo:
que la mierda no les anegue. Pueden Vds. acudir a los manidos lugares comunes
de “la libertad de una empresa privada” y demás salmos del liberalismo de
carril, pero saben perfectamente que se podría haber hecho mucho más, y saben
mejor aún que, por muy privada que sea British Airways, el gobierno inglés
jamás habría tolerado una cosa así.
No se engañen, lectores…esto
es el paso previo para decidir a quién se le carga el mochuelo, a quién (que no
sean ellos) le cae el muerto.
Y en medio de todo
esto…los colaboradores necesarios, los menesterosos del plato de lentejas como
premio al servicio a la mentira. Los medios de comunicación.
Hay excepciones
tremendamente honrosas, por supuesto, pero la actitud general de estos
gualtrapas que visten sus tropelías de derecho a la información, ha sido
decisiva.
Es hasta cierto punto
comprensible que los dueños de radios, televisiones y periódicos no quieran
poner en peligro la millonada en publicidad que Iberia les entrega incomodando
a sus directivos; es muy humano que, antes de perder una cuenta publicitaria de
ese calibre, se trate de endulzar un poco la realidad. Pero no lo es de ningún
modo que durante el tiempo en el que se ha venido fraguando el robo, la actitud de los medios
de comunicación haya sido acreditar la mentira, ocultar una realidad ruinosa
para España y hacer el juego a unos tramposos. O quizá hubiera sido válido,
pero con la verdad por delante. Que lo hubieran dicho: defendemos los intereses
de quienes nos pagan por anunciarse en nuestro medio, y todos hubiéramos sabido
de qué iba la vaina. El caso es que cuando oigo a estos correveidiles hablar
del derecho a la información, o de la búsqueda de la verdad, me entran ganas de
vomitar. No nos quejemos de lo que tenemos en España, cuando todas sus
instituciones apestan a podredumbre, y quien está encargado de denunciarla, se
mueve al son de los que reparten la peste.
Eso en el caso de la
alta dirección de los medios, porque si acudimos a muchas individualidades, a
esos tertulianos cuyo papel es cada día menos relevante y más de garganta o
pluma a sueldo, el espectáculo es de vergüenza ajena. Todos lo sabían, todos
estaban al corriente, se les informó con mucho tiempo, pero prefirieron comprar
la versión de la dirección de Iberia, prefirieron contar la manida, gastada y
falsaria adaptación sepia de los directivos bandoleros y culpar de los males de
la compañía a sus trabajadores. Algunos por el obvio interés en el poderoso
caballero en forma de billetes, ya sean de curso legal o de “Business Class”.
Otros, por simple
paletismo, por haber acudido a aquellos desayunos de adoctrinamiento con los
que se prodigaba Antonio Vázquez, y comprarle sus inverosímiles argumentos.
Pero claro…ya se sabe que una de las flaquezas del español es decir aquello de
“hoy he estado con…directivo de…”, o “en un desayuno al que me ha invitado el
presidente de…” Y claro, si no relatas la panoplia de bobadas que te cuenta el
prohombre, igual no vuelve a invitarte. Y entonces a ver de qué presumes,
porque es bastante evidente que tu competencia profesional no daría como para
andar por esos círculos si no fuera por tu condición de perrillo fiel. Un
gañán, o gañana, es algo tremendamente peligroso, pero cuando cuenta con una
alcachofa o una columna, se convierte en apocalíptico. Ellos también son
culpables, también conocían lo que se estaba cociendo, también estaban
informados, y prefirieron no contar la verdad.
¿El resultado? Se resume
en un relato de los hechos muy simple: una empresa inglesa en situación
financiera precaria se fusiona con una española de resultados brillantes y la
vampiriza hasta dejarla hecha unos zorros; se apropia de la gestión de unas
infraestructuras claves para la riqueza de España y manda a la calle a un
porrón de trabajadores que directa o indirectamente dependen de ella.
Todo esto ocurre
mientras los directivos de la citada empresa española son generosamente
remunerados, el gobierno de la nación se declara dolosamente incompetente (en
algún extremo cómplice) y los medios de comunicación ocultan el escándalo a
cambio de no perder contratos publicitarios.
Evidentemente tiene que
haber unos culpables…los trabajadores.
¿No?